viernes, 18 de septiembre de 2009

La rutina

Se que me queréis, se que me tenéis aprecio, se que no me queréis hacer daño. Sin embargo, os pido, en un sutil ruego que no llegará a vuestros oídos, que no finjáis. No ocultéis tras muros construidos a base de ladrillos de defensivas palabras que no me queréis en vuestra morada. Lo sé, hace tiempo que lo sé. Ignoráis mis adversidades, intentáis convencerme para convivir con ellas. Fingís que es por mi bien, pero tan bien sabéis como yo que simplemente se trata de un sentimiento egoísta. Una vida más a vuestro alrededor alteraría toda vuestra rutina, en especial tratándose del volcán inestable que supone la mía. Tenéis miedo, tenéis miedo a que sea yo quien destroce esa adorada y modesta rutina que os abraza cada día con sus lánguidos brazos inalterables. Queréis seguir unidos a ella y que nadie ni nada os separe. Reconocedlo, es lo único que os pido, reconoced como adoráis más vuestro día a día que la vida de una simple humana de vuestra propia sangre. Una frase frívola, que os acompaña, indudablemente, en vuestro inconsciente.


No me gusta la rutina. No le tengo miedo a los cambios y lo que pasé al día siguiente suele ser un misterio para mi. ¿Significa eso que no me afecte? No, como a todo ser humano las consecuencias de los cambios imprevistos me alteran. Aun así improviso cada una de mis acciones prácticamente. Mi familia es todo lo opuesto. La planificación es sinónimo de perfección y quién no cumple con ella debe ser reeducado o formar parte de aquel grupo al que ellos denominan “los estrafalarios”. Aunque a veces he tenido la tentación de desear una vida corriente, pero solo la tentación.

Que vida esta, que os vaya bien en ella. Agur

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